Por José Manuel Anacleto | |
La Reencarnación es una de las vigas-maestras del Sistema Esotérico y una Ley Universal patente en todos los niveles del Cosmos. La propia Manifestación Cósmica, por ser cíclica –como la sucesión de los días y las noches, el batir del corazón, el sueño y la vigilia, las mareas, las estaciones, etc.-, es la expresión de la periodicidad inherente a esa Ley. A través de las Leyes del Karma y de la Reencarnación encontramos el perfecto equilibrio entre la justicia y la compasión. Disponemos de inagotables oportunidades, de eternidades enteras para alcanzar niveles cada vez más elevados de perfección y de gloria, más allá de la condición humana, tanto mejor cuanto más rápida e integralmente aprovechemos esas oportunidades, lo que depende también del mérito individual. No se alcanzan “Nirvanas” o “Cielos Eternos” permaneciendo en el estado del hombre-animal1, sin despertar y cumplir los niveles más profundos (espirituales y divinos) del Ser; pero tampoco existen condenaciones eternas a ningún infierno (desde luego el terrestre), pues la misericordia divina concede siempre nuevas oportunidades para aprender, evolucionar y ascender. Todo ser humano mínimamente reflexivo no dejará de reconocer la puerilidad y la crueldad de las concepciones religiosas comunes sobre el cielo y el infierno que no son más que un lejano y deformado eco de la realidad; seguramente ya se habrá preguntado sobre lo que justifica tantas desigualdades en la “suerte” de los seres humanos (desde las circunstancias más felices a las más miserables) y tan evidentes diferencias en la inteligencia, bondad y otras cualidades –incluso entre hermanos de sangre. Las Leyes de la Reencarnación y del Karma permiten comprender como las circunstancias de nuestro mundo se compatibilizan con el Amor y la Justicia Divina, en los cuales nuestra confianza se restaura. Como ya dijimos anteriormente, en la inteligencia oficial existen muchos equívocos y prejuicios relativamente a la Reencarnación; al mismo tiempo, no falta tampoco quien la acepte como una simple creencia pueril, que no sabe justificar fundamentadamente. En muchos países de predominio cristiano, sobre todo católico, el ciudadano común por regla general –y en la mejor de las hipótesis -, tiene una vaga idea de lo que es la Reencarnación (solo) de acuerdo con las afirmaciones del Espiritismo (incluso en ese caso sin conocimiento directo de cualquier literatura de ese movimiento, solo por haber oído decir...). Si bien que el surgimiento del movimiento espírita a mediados del Siglo pasado haya tenido la virtualidad y la importancia de llamar la atención hacia fenómenos que evidentemente merecían y continúan mereciendo un estudio serio, sus concepciones en muchos aspectos son bien diferentes de las Esotéricas (de lo que meramente esbozan una formulación muy popular, simplificada, y por tanto imprecisa). El hecho es que la Teoría de la Reencarnación recorre toda la Historia de la Humanidad, ya que es patrimonio de la Antigua y Eterna Sabiduría, o sea de la doctrina secreta de todas las naciones; posee un rigor y una base científico-espiritual que no le cabía al Espiritismo desenvolver. En la modernidad tenemos que remontarnos una vez más a las obras de Helena Blavastky, y “olvidar” las innumerables desvirtuaciones que proliferan, para conocer el modo perfectísimo como esa Magna Verdad volvió a ser públicamente expuesta en Occidente, retomando la Tradición de las Edades. Un Poco de humildad... Mucho de lo mejor de la civilización venidera será resultado de la acción de personas genuina y superiormente simples, natural y espontáneamente generosas, las cuales, en su humildad –que sólo las hace más dignas-, están siempre disponibles para aprender. Por eso el párrafo siguiente está destinado sólo a quien adopta una postura de arrogancia y de “¡ya se todo!”.2 Nace de la característica soberbia de estos tiempos que un individuo, al haber asistido a una o dos conferencias de un orador cualquiera o después de leer dos o tres obras (por regla general con afirmaciones de 2ª mano, deformadas y tendenciosas), juzgue saber todo. Luego pasa a considerarse un experto, aunque sólo conozca el “ABC” o sólo el “A” o ni siquiera el “A”; e inmediatamente se dispone a emitir opiniones a diestro y siniestro, a favor o en contra, pero destituidas de un fundamento sólido. Nosotros por ejemplo sabemos muy poco de geología. Nunca se nos pasaría por la cabeza comenzar a dar clases de geología o a escribir libros o dar conferencias contra los conocimientos (reales o supuestos) de la Geología. Ahora bien, son rarísimas las personas (incluyendo los que se lanzan a ser “instructores del esoterismo”...) que conocen literatura ocultista (o ni siquiera los nombres de los autores) de gran calidad nunca traducidos a nuestra lengua; la gran mayoría tampoco leyó o entendió realmente las obras más importantes ya traducidas u originalmente escritas en español. A los campeones del Materialismo o al Espiritualismo consumista, bien sería necesario un poco más de humildad –aquella misma que se revela en tantos hombres y mujeres de buena voluntad. Con el fin de intentar ser sintéticos y hacer la exposición más simple, comenzaremos a hablar sobre la Reencarnación recurriendo al método de pregunta/respuesta. ¿Qué es la reencarnación? Reencarnación, como la palabra indica, significa encarnar (o sea revestirse de cuerpos) más de una vez. Consiste en el cíclico o periódico tomar de formas, cuerpos o vehículos de expresión por parte de una Entidad que en sí misma es de naturaleza más elevada y permanente que esos mismos medios a través de los cuales se manifiesta. Es el cíclico revestimiento de un Alma –sea el alma universal, el alma humana o el alma de un átomo –por formas que le permitan actuar (aunque limitadamente) en los mundos propios de la substancia de la que esas formas están constituidas. Es la alternancia de periodos de vida objetiva y vida subjetiva, de actividad y de reposo, comúnmente llamados de “vida” y “muerte”3. Siendo verdad que en el Universo todas las Entidades encarnan, aunque en circunstancias muy diversas, procuraremos atenernos a lo que más directamente interesa considerar. De este modo, en las respuestas que seguirán pasaremos a referirnos solamente a los nacimientos humanos. ¿Qué es lo que reencarna? Es el Alma Humana –como vehículo, a su vez, del Espíritu Divino. Expliquemos más rigurosamente esta definición sintética: en última instancia, podemos decir que es la Mónada la que –al derramar su energía por los Mundos inferiores –está en el origen mismo de las existencias cíclicas. Tal como no obstante escribimos en otras partes de este libro, la Mónada únicamente puede actuar en los Mundos Inferiores a través de una naturaleza intermediaria: el “Yo Superior”. Mientras, como igualmente fue dicho, los dos Principios más elevados de la Tríada o Yo Superior (el Principio Átmico o de la Voluntad Espiritual y el Principio Intuicional, Buddhico o de Amor Crístico) son –incluso ellos- demasiado puros e indiferenciados del Todo para encarnar en los niveles inferiores. Así, más propiamente, es la Mente Superior la que, en cada encarnación, proyecta un rayo suyo o fragmento en los mundos inferiores, actuando como guarda avanzada del Alma Espiritual (Atma-Buddhi). Recordemos que siendo sólo un fragmento de la Esencia Mónadica que se expresa a través de la Tríada Superior, también el Alma Humana (Buddhi-Manas o Mente Superior) únicamente manifiesta una limitada proporción de sus potencialidades en cada Personalidad (o sea, en cada encarnación). ¿En qué se reencarna? En la Personalidad o Cuaternario Inferior, i.e., en un compuesto de 4 vehículos: Mental Inferior, Emocional, Doble Astral (o Cuerpo Etérico, el Linga-Sharira) y el Cuerpo Físico. Esta es nuestra naturaleza temporal, inferior, mortal, confinada a una única existencia (de ella solo subsiste aquello que es digno de la inmortalidad, o sea los pensamientos, sentimientos y determinaciones más sublimados). En el Capítulo anterior procuramos caracterizar cada uno de los mencionados vehículos. Ahora y en síntesis, subrayamos e insistimos que reencarnar no significa tomar un cuerpo Físico, sino un conjunto de 4 vehículos formados por substancia que se diferencia por su frecuencia vibratoria –siendo la del Cuerpo Físico la de velocidad más baja y, por consiguiente, la más densa o menos sutil. Nunca repetiremos excesivamente que todos estos vehículos poseen substancia (del Plano Mental, del Plano Emocional, del nivel Astral-Etérico y del nivel Físico), agregada alrededor de los núcleos atractivos que son los átomos permanentes o átomos simiente. Y nos permitirán insistir en el hecho de que un Hombre no es su Cuerpo Físico, ni aquello que siente o desea, ni siquiera sus pensamientos concretos, dependientes de estímulos externos –, sino el “Yo”, que se expresa a través de los referidos vehículos o formas. ¿Cuál es la periodicidad de la reencarnación? En términos generales, la periodicidad ha registrado grandes variaciones a lo largo de los varios ciclos ya transcurridos en el desenvolvimiento evolutivo de la Humanidad. El tiempo que mediaba entre cada nacimiento (en el Plano Físico) fue en ciclos pasados de muchos y muchos millares de años (bastante superior a la media actual). Si consideramos los últimos milenios, verificamos que el gran aumento de la población mundial, dependiendo también de otras causas, igualmente parece implicar una periodicidad más rápida. No obstante, eso no significa, de manera alguna, que sea norma renacer (casi) inmediatamente después de la última desencarnación. Eso solo ocurre en casos bien raros, como por ejemplo cuando un individuo muere a una edad muy joven, interrumpiendo el curso de una vida previsiblemente más larga. Independientemente de las variaciones cíclicas que engloban a toda la Humanidad, la mayor o menor duración del periodo entre vidas físicas difiere de acuerdo con el estado evolutivo de cada Individualidad. Generalizando, podemos decir que –también aquí- “los extremos se tocan”; son las Individualidades muy atrasadas o muy avanzadas (en términos evolutivos) aquellos que reencarnan más rápidamente. Las primeras porque su peso específico las atrae “incesantemente” a la encarnación física y por no tener méritos ni vehículos suficientemente organizados para gozar de un largo intervalo celestial en el Devachán (ver más adelante) y permanecer activas en los planos más sutiles; las segundas porque renuncian a gran parte del tiempo que podrían pasar en ese estado de beatitud celestial, y así reencarnan al fin de pocas centenas o incluso decenas de años (en algunos casos, hasta menos), precisamente para venir a Servir (como discípulos de los Maestros de Sabiduría y Compasión), y en consecuencia evolucionar más rápidamente. ¿Qué pasa en los periodos entre las encarnaciones? La respuesta a esta pregunta, por sí sola, justificaría un libro voluminoso. Los pormenores pueden ser encontrados en la literatura tradicional (particularmente del Antiguo Egipto y del Tíbet), o en algunas buenas obras del ocultismo contemporáneo (i.e., producidas desde 1875), entre las cuales por su simplicidad, corrección y amplitud, recomendamos “La Muerte… ¿y después?”, de Annie Besant4; para un desenvolvimiento más profundo, las “Cartas de los Mahatmas a A.P. Sinnet”5. Así, respondemos muy sucinta y genéricamente: se procesa a) un sucesivo descarte de los vehículos que integran la Personalidad; b) la doble revisión (una todavía en el Plano Físico; la otra, antes de la entrada en el Devachán) de la existencia recién vivida; c) la “metabolización” de la quintaesencia de las experiencias y aprendizajes realizados (siendo que las cualidades adquiridas quedarán almacenadas en el Cuerpo Causal –un vehículo permanente, que corresponde al Mental Superior o Buddhi-Manas); d) un periodo más o menos largo en el Kama-Loka (etimológicamente la “región del deseo”, correspondiente al limbo de la terminología cristiana, al Hades de la Mitología Griega o al Amenti de los Antiguos Egipcios); un periodo más o menos largo de felicidad y beatitud en el mundo-estado subjetivo que podemos designar por Cielo o Devachán, una palabra tibetana que significa “la morada de los dioses”6. Estos dos periodos dependen evidentemente de los méritos de cada uno: un individuo de gran luminosidad y pureza pasará meteóricamente por el Kama-Loka y podría quedar largas Edades en el Devachán, si él no renunciase a ello para servir al Bien General y acceder a niveles de consciencia más elevados y reales; para los seres en el extremo opuesto de aquella condición de luminosidad, el estado Devachánico o celestial es más breve y la permanencia purgatoria en el Kama-Loka es más larga y desagradable. En todos los casos, sin embargo, no existe ninguna condenación a cualquier infierno eterno7, como absurda y cruelmente sustentan teologías desvirtuadas. ¿Qué es lo que determina las circunstancias de la reencarnación? La Ley del Karma, también llamada de Ley de Causa-Efecto o Ley de la Retribución. Fue así definida por S. Pablo: “Lo que sembremos, recogeremos” (Gálatas, VI, 7). La Ley del Karma en cualquier caso no debe ser entendida como un tipo de venganza o castigo divino, sino como el poderoso auxiliar del proceso evolutivo. Añadiremos algunas aclaraciones un poco más complejas. Los skandhas, o atributos cuyo agregado constituye una Personalidad, forman la base Kármica para una nueva reencarnación. En cada uno de los tres Planos –Mental, Emocional y Físico- en los cuales el Alma Humana toma cíclicamente vehículos (encarnando), ella está ligada a un átomo permanente o átomo simiente (o, en el primero de los casos, a la llamada “unidad mental”). En él se contiene el diapasón, la llave vibratoria que por afinidad atrae a los restantes átomos de cada uno de esos vehículos, e incluso éstos o aquellos eventos, estas o aquellas oportunidades, de acuerdo con los “merecimientos” anteriores. En el Cuerpo Causal están subsumidas todas las cualidades desenvueltas y (por “ausencia” o “aún no actualizadas” de las potencialidades virtuales) todas las faltas a subsanar, condicionando kármicamente las oportunidades, como también las pruebas de las existencias venideras. ¿Puede un ser humano, en una vida siguiente, encarnar como un animal? No. El ser humano comparte con los animales la misma naturaleza física fundamental, así como muchos instintos (que forman su subconsciente) pero se distingue claramente de esos hermanos más jóvenes por: a) Ser auto-consciente, lo que deviene de: b) Tener el Principio Mental activado (aunque muy poco en las primeras etapas) y formalmente organizado (nos referimos aquí a los niveles superiores del Mental y no al Kama-Manas). c) Tener una conexión individualizada entre el Yo Espiritual y las formas materiales inferiores8 y, de este modo, d) Constituir un Reino Evolutivo enteramente distinto del Reino Animal. “Consecuentemente, es imposible anular tales conquistas evolutivas, regresando al Reino Animal. Además, representaría efectivamente la negación del propósito de las encarnaciones, que son sucesivas oportunidades de aprendizaje evolutivo. Incluso cuando no existe en una particular encarnación ningún progreso, aún cuando se cometen viciosas acciones (físicas, emocionales, mentales) y se genera un pesado Karma negativo, no existe un retorno al Reino Animal”9. Es verdad que encontramos referencias, tanto en el presente como en la Antigüedad, a la reencarnación de Egos10 Humanos en animales. Existen tres razones que justifican tal hecho: 1. La mala comprensión de la enseñanza original y su degradación al nivel de la creencia, como se verifica en todas las religiones, sin que ello ponga en duda la razón de ser y la prístina legitimidad de aquella misma enseñanza original; 2. En la Antigüedad, cuando la institución de los Misterios se encontraba universalmente difundida, los iniciados recurrían invariablemente a un lenguaje simbólico o metafórico. Si alguien enfatiza demasiado su naturaleza animal, está creando las condiciones kármicas de bestialidad, que se activarán en vidas posteriores. No obstante, la referencia a esa encarnación como un animal tenía solo este sentido alegórico (por ejemplo: ferocidad = tigre; astucia = zorro), que simultáneamente contribuía para refrenar la expansión de las tendencias más inferiores de amplios estratos de la población. 3. La posibilidad de los átomos-vida del Hombre reencarnante (pero no ese Hombre), después de su muerte, de llegar a ser atraídos para cuerpos animales, justamente por haber sido energetizados con experiencias de tipo animalesco11. En el reino Animal también existe Evolución y Reencarnación pero en términos diferentes a los que se da en el Reino Humano. Salvaguardamos, sin embargo, que las mónadas encarnadas en el Reino Animal, Vegetal o Mineral son, también ellas, inmortales y que ninguna de ellas dejará de pasar por el equivalente a la etapa humana, aunque en ciclos aún muy distantes12. ¿Cuál es el objetivo de las reencarnaciones? El desenvolvimiento de nuestras capacidades divinas, llevándolas de un estado latente hasta su realización, a través de un aprendizaje progresivo, orientado a alcanzar la perfección. “Sed perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto”, en la palabras de Jesús (Mateo, V, 48). Cada encarnación es una oportunidad evolutiva para despertar, ampliar y desdoblar en nosotros cualidades –Amor, Sabiduría, Determinación, Inteligencia Creativa, Armonía, etc.- y superar nuestras insuficiencias, imperfecciones o tendencias viciosas. Ni uno solo de los hijos de Dios dejará de alcanzar las más gloriosas cumbres evolutivas, tan sublimes que no hay palabras humanas que las podrían describir. La Inmanencia de lo Divino en todo el Universo y en todos los Seres es la garantía inquebrantable del cumplimiento de ese designio. En lugar de la cruel doctrina de la condenación eterna, constatamos que habrá siempre nuevas hipótesis de progreso y redención (pero que no se realizan de acuerdo a ningún truco o trámite, y sí de acuerdo con una justicia igual para todos).Es por esto que podemos afirmar que el conocimiento de la Reencarnación nos hace más responsables, alegres y optimistas y nos incita continuamente a ser mejores; hace desvanecer el terror a la muerte y muestra la función terapéutica de los dolores que nos afectan, de ese modo contribuyendo para suavizarlos. ¿Por qué no nos acordamos de las encarnaciones anteriores? Al final de cada encarnación (al descartar las formas) la suma de experiencias concretas se sublima y se subsume, de Plano en Plano, hasta su impresión final en el Cuerpo Causal. (Esta codificación de datos experimentales de cada encarnación es reunida e impresa en cada átomo simiente de los cuerpos inferiores del hombre, transmutándose de Plano en Plano hasta la absorción en el Alma). El Alma (Humana y Espiritual) es mucho más que la Personalidad encarnativa; ésta es apenas su extensión, un aspecto suyo que no la representa en plenitud. Así, cada vez que el Alma envía un rayo suyo a la encarnación, no traemos al Mundo Físico sino la síntesis y la esencia motivadora e impulsora de un propósito definido y muy particular, relativo a la nueva existencia13. Las memorias definidas de las vidas pasadas quedan en el dominio del Alma, al cual no tenemos comúnmente acceso, porque permanece en su propio Plano. Físicamente, el hombre común no tiene recuerdos de las vidas anteriores, ya que no dispone de los mismos instrumentos (particularmente el cerebro físico) de esas otras vidas. No obstante, en cada nacimiento, traemos latentes las capacidades –tan diferentes de individuo para individuo- que desenvolvimos en las encarnaciones anteriores. Y esas capacidades –y no la memoria de hechos concretos- son lo que verdaderamente importa14. Llamamos la atención sobre el hecho de que tampoco nos acordamos de haber aprendido a andar, y sin embargo somos capaces de hacerlo (y sólo eso es relevante). Adicionalmente sugerimos la lectura de las palabras de Helena Blavatsky sobre la distinción rigurosa entre memoria, recuerdo, evocación y reminiscencia en su libro “La Clave de la Teosofía”15. Es importante no obstante salvaguardar que existen casos, aunque muy raros, de individuos que recuerdan vidas pasadas, por ejemplo cuando en la última existencia murieron muy jóvenes (y así reencarnaron muy rápidamente, sin haber llegado a descartarse de las envolturas emocionales y mentales inferiores), o cuando alcanzaron notables niveles evolutivos o aún por circunstancias puntuales que no cabe aquí desarrollar. Y ¿En relación a esas personas que hacen regresiones en directo en la televisión? Sin hacer juicios sobre las intenciones, lo consideramos lamentable. Subrayamos que la milenaria y universalmente difundida Teoría de la Reencarnación nada tiene que ver con tales espectáculos o supuestas pruebas, por lo que en sí misma permanece y permanecerá incólume aunque se demuestre la fragilidad o la insensatez de quien habla con demasiada ligereza de cosas realmente muy serias, importantes y con fundamento, prestándoseles un mal servicio (admitiendo, lo que es dudoso, que quisiesen prestar algún servicio). ¿No es anticientífica la Teoría de la Reencarnación? A la luz de una ciencia universal del espíritu, explícita en las más diversas tradiciones religiosas y espirituales de todos los tiempos (con variaciones en la forma pero unidad en la esencia) y suficientemente documentada –a pesar de las innumerables destrucciones provocadas por el fanatismo de algunos en textos científicos y sagrados que eran patrimonio de toda la Humanidad (véase el paradigmático caso de las sucesivas devastaciones de la Biblioteca de Alejandría)-, la Teoría de la Reencarnación está perfectamente asentada y fundamentada. En lo que respecta a las ciencia oficiales –a veces llamadas experimentales-, esto es, la Ciencia moderna (después de Francis Bacon), mucho más reciente que la Ciencia Esotérica16, es importante aclarar lo siguiente: cualquier científico digno de ese nombre, que trabaje como investigador y no como propagandista de cualquier ideología –materialista o de una Iglesia sectaria- jamás podrá decir que la Teoría de la Reencarnación es anticientífica. Honestamente dirá que la ciencia, (su) ciencia –no posee (por ahora) medios, instrumentos o metodologías que le permitan confirmar o desmentir la veracidad de la reencarnación. Para hacerlo tendría que acceder a Planos superiores, más sutiles, que (todavía) no consigue ponderar. Así, si bien no puede afirmar que ella es científica tampoco puede decir que es anticientífica. Por nuestra parte, tenemos total respeto por todos los que, en la “comunidad científica”, se rigen por este código de honor. Recordamos además, que muchos de los mayores nombres de la ciencia moderna manifestaron el más vivo interés por la Sabiduría Esotérica17. Resumiendo, la afirmación de que la Reencarnación es anticientífica nunca podrá partir de quien conozca, respete y practique los paradigmas de la investigación científica, pero sí de los que ilegítima o ignorantemente hablan en su nombre. La Teoría de la Reencarnación, ¿No es condenada por las religiones? Las grandes manifestaciones orientales de espiritualidad, particularmente las principales religiones y filosofías hindúes, el budismo y el zoroastrismo están de acuerdo en el punto esencial de la existencia de la reencarnación. Para centenas de millones de personas, es un dato adquirido y aceptado con tanta normalidad como aquella con que diariamente miramos el nacimiento o el ocaso del sol. El ciudadano occidental común debía considerar con menos prejuicios de superioridad y con mayor respeto aquellas grandes manifestaciones filosófico-religiosas, más antiguas (a veces incalculablemente) que el Cristianismo, y que conservan enseñanzas del máximo valor. Dos grandes religiones actuales –el cristianismo y el Islamismo- aún no reconocen oficialmente la existencia de la reencarnación. Justo es sin embargo referir que muchos han sido los cristianos y los islámicos que han considerado la Reencarnación como un hecho. Recordemos, por ejemplo, a los grandes místicos sufíes del Islam o cristianos ilustres como Orígenes, Clemente de Alejandría, Sinesio y S. Justino. Los propios S. Jerónimo y S. Agustín admitieron esa hipótesis. Solo en el Siglo VI la Iglesia Cristiana consideró herética la Teoría de la Reencarnación, en el 2º Concilio de Constantinopla (por los votos de una mayoría presionada por el Emperador Justiniano). De cualquier manera, es innegable que hoy en día –cada vez más- gran número de cristianos (incluyendo sacerdotes y teólogos) siente interiormente la realidad de la existencia de la Reencarnación. En el próximo Capítulo, referiremos algunos de los varios pasajes bíblicos en los que lógica e implícitamente se admite la Reencarnación, y demostraremos que el rechazo al concepto de los renacimientos sucesivos vuelve/volvería a la religión cristiana un conjunto de contradicciones, injusticias e iniquidades, en cuanto que su aceptación es un punto fundamental para preservar la maravillosa enseñanza original de Cristo y de Sus más sabios discípulos. Aceptar la existencia de la Reencarnación, ¿No es propia de personas ignorantes? De ninguna manera. Más adelante daremos ejemplos de la inmensa lista de los mayores genios de todas las áreas de la actividad y del conocimiento humanos que expresaron el reconocimiento de la existencia de la Ley de los Renacimientos, y en general de los postulados de la sabiduría esotérica. Ignorar este hecho o negar la reencarnación sin comprender de qué se trata, o sin presentar argumentos mínimamente consistentes, es lo que no presenta indicios de gran sensatez o imparcialidad... Culminamos este Capítulo con citas que consideramos particularmente expresivas, de dos notables autoras, ya varias veces referidas a lo largo de este libro. “La pérdida de la enseñanza de la reencarnación –con su purgatorio temporal resultante de sentimiento nocivos, y su cielo temporal para la transformación de la experiencia en capacidad –dió origen a la idea de un cielo infinito (del cual nadie es lo bastante digno) y de un infierno infinito (para el cual nadie es lo bastante perverso), confinando la existencia humana a un insignificante fragmento de la existencia, condicionando un futuro eterno al contenido de unos pocos años, y haciendo de la vida un ininteligible enmarañado de injusticias y parcialidades, de genialidad no conquistada y de genialidad no merecida. Un problema intolerable para los que raciocinan, y tolerable apenas para la fe ciega y sin fundamento.” Annie Besant |
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